jueves, 25 de noviembre de 2010

ESTRACTOS DE JOHN NELSON DARBY

LAS DISPENSACIONES, EDADES, ADMINISTRACIONES
y

 Los dos paréntesis


Extractos de J. N. Darby




Introducción

El cuerpo de esta obra provee una breve vista panorámica de las enseñanzas dispensacionales resumidas a partir del ministerio de J. N. Darby, que incluye lo siguiente:

1. Dios tiene un solo propósito: glorificarse a sí mismo en Cristo. Esto comprende la gloria en dos esferas: la terrestre y la celestial.

2. En consonancia con este propósito, Dios ha hecho a la Iglesia distinta de Israel, si bien la salvación de todos los santos es siempre y solamente por gracia, en virtud de la obra expiatoria de Cristo. El cuerpo de Cristo, del cual Israel no forma parte, se halla compuesto de santos sentados en los lugares celestiales, en Cristo Jesús (Efesios 2:6), y esto los constituye un pueblo celestial, mientras que Israel es un pueblo terrenal, y será establecido en la tierra merced al soberano poder. “Todo Israel”, entones, “será salvo” (Romanos 11:26, etc.), una vez que los rebeldes hayan sido barridos (Ezequiel 20), etc.

3. Es muy importante entender la verdad concerniente a los dos hombres (1.ª Corintios 15:47). El primer hombre es el hombre considerado en la posición adámica bajo prueba a fin de sacar a luz su condición; y esta prueba terminó con la cruz. En el rechazo del Hijo del Padre, se probó definitiva y fehacientemente que el hombre era totalmente depravado. Luego Cristo tomó su lugar en lo alto, y llegó a ser cabeza de un cuerpo, formado por el bautismo del Espíritu Santo (1.ª Corintios 12:13) en el día de Pentecostés (Hechos 2:1-4, 32, 33), unido a la Cabeza en gloria. La reunión de los santos celestiales coherederos de Cristo, es una obra celestial que continuará hasta que llegue la era cuando un remanente de Israel será preparado para la venida del Mesías en poder y gloria. Esta obra celestial no fue prevista por los profetas del Antiguo Testamento, y es un “misterio” ahora revelado (Romanos 16:25, 26; Colosenses 1:26; Efesios 3:9).

4. Antes que comience la última semana de Daniel (de siete años), tendrá lugar el arrebatamiento pretribulacional de los santos. Después que termine esa semana, el Señor ejecutará la segunda fase de Su venida. Vendrá para establecer su reino milenario, y reinará por mil años literales.

5. En rigor, las dispensaciones no son idénticas a períodos de tiempo distinguibles o edades (siglos), aunque la palabra «dispensación» suele usarse con esa acepción. Para entender la verdad dispensacional, es importante distinguir entre: 1) una «edad», esto es, un período de tiempo distinguible, y 2) una estricta «dispensación» (para esa diferencia véase Collected Writings 13:153-156). Estrictamente hablando, ambos términos no son lo mismo. Sin embargo, la palabra «dispensación» es convencionalmente usada para describir una «edad», y muchos autores, como el propio J. N. Darby emplean el vocablo «dispensación» convencionalmente también. J. N. Darby citó algunos ejemplos de dispensaciones tales como el sacerdocio, los jueces y el reinado en Israel. Éstos no son períodos, sino algo que Dios dispensó.

6. Ciertos períodos de tiempo ―que en este escrito denominaremos «administraciones», en un intento por esclarecer las enseñanzas de J. N. Darby― tienen un elemento esencial que los caracteriza, a saber, el gobierno, el cual fue introducido recién con Noé. Con Moisés, el principio del llamamiento de Dios se combinó con el gobierno. Éstas son las dos primeras de las tres administraciones. Los gentiles no tienen este llamamiento de Dios durante “los tiempos de los gentiles”. Además, la Iglesia no tiene gobierno encomendado en sus manos, aunque los santos tienen un “llamamiento celestial” (Hebreos 3:1). Por tal motivo, no ha habido aún una tercera administración. Pero Cristo hará efectivo, para gloria de Dios, tanto el llamamiento como el gobierno, en donde el primer hombre fracasó. La última de las tres administraciones, la tercera, la constituirá el reino milenario. Los caminos de Dios en gobierno constituyen un componente esencial de una administración (pues éstas tienen que ver con los caminos de Dios en la tierra).

7. El tiempo en el cual es llamada la Iglesia, no es, propiamente hablando, una dispensación o administración. El primer hombre, como tal, no está más bajo prueba desde la cruz, por cuanto él ya no tiene ninguna posición delante de Dios. Si el hombre estuviese bajo prueba ahora, implicaría que Dios no habría acabado con el hombre en su posición adámica. Pero este último ha sido removido, y el postrer Adán ha sido establecido.

8. De todo esto puede verse que “los tiempos de los gentiles” (Lucas 21:24) forman un paréntesis terrenal de juicio sobre Israel. Es un paréntesis terrenal de “los tiempos de los gentiles hasta que” tanto el gobierno como el llamamiento sean tomados por Cristo y cumplidos por él, en soberano poder, durante el milenio.

9. Dentro del paréntesis terrenal de juicio sobre Israel se halla un paréntesis celestial de santos que están “sentados en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Efesios 2:6). Ningún santo antes de este paréntesis, ni ninguno después, participará de esta posición y bendición celestial especial. Por consecuencia, ha sido llamado un «paréntesis celestial».

En esta obra trataremos acerca de estas y otras verdades en forma abreviada, sin pretender ser exhaustivos.





La gloria de Dios en Cristo manifestada en dos esferas



Capítulo I


LA GLORIA DE DIOS EN CRISTO

La glorificación de Dios en Cristo es la razón para la existencia de todas las cosas. J. N. Darby escribió:

«El primer punto, y el más importante, es tener el fin y el designio de Dios claramente establecido en la mente, de modo que esté continuamente ante nosotros como la clave y la prueba de todo. Porque “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada… sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” ( 2.ª Pedro 1:20-21). La gloria de Dios es siempre el fin de todas las cosas; pero yo hablo ahora del efecto de los consejos divinos en que Dios se glorifica a sí mismo. Ahora, esto tiene lugar completamente en Cristo, conocido en las diversas glorias en que Él se revela. En la iglesia, el oficio del Espíritu Santo, quien movió a los santos hombres de la antigüedad, es tomar las cosas de Cristo y mostrárnoslas a nosotros. (Juan 16:14). Por eso, aunque Jerusalén, o Israel, o incluso la Iglesia, puedan ser tales en relación con el hecho de que Cristo sea glorificado, sólo en relación con Él ellos adquieren esta importancia. Lo mismo se puede decir hasta de las Escrituras del Antiguo Testamento: todas ellas están para hacernos sabios para salvación, mediante la fe que es en Cristo Jesús (2.ª Timoteo 3:15). Por otro lado, puesto que es evidente que esto solamente confiere, a cualquier tema que se mencione, su verdadera y justa importancia, así también Jerusalén se vuelve importante sólo si se relaciona con Cristo, con Sus afectos y con Su gloria; y, en su relación con Cristo ―hasta donde entiendo Su gloria― obtengo la clave para interpretar todo lo que se dice de ella. Ella, en los pensamientos de Dios, tiene su desarrollo en relación con la manifestación de Su gloria» [1].

DOS GRANDES TEMAS DESPUÉS DE LA SALVACIÓN PERSONAL

Hay dos esferas en las cuales Dios despliega su gloria en Cristo: la esfera celestial y la esfera terrenal. En la dispensación (o administración) de la plenitud de los tiempos, es decir, en el Milenio, Cristo reunirá ambas esferas (Efesios 1:10). Hay dos compañías especiales asociadas con Cristo en este encabezamiento o reunión. Si bien hay algunas bendiciones espirituales que ambas compañías poseen en común (como por ejemplo el nuevo nacimiento), ellas, no obstante, forman dos compañías distintas en muchos respectos. Una compañía es celestial, y la otra es terrenal. En relación con esto, J. N. Darby, comentando sobre Colosenses 1, escribió:

«Vemos así la verdad acerca de la doble condición de cabeza de Cristo: Cabeza de la Iglesia y Cabeza sobre todas las cosas; y luego la doble reconciliación: la presente reconciliación y redención de la Iglesia a través de la gracia, y luego la reconciliación de todas las cosas en el cielo y en la tierra. Ahora, no vemos aún todas las cosas puestas bajo sujeción a Él, pero, pero le vemos a Él por la fe, sentado a la diestra de Dios, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies. Y cuando ese tiempo haya llegado, y todos ellos  hayan sido sometidos a Él, Él tomará posesión conforme al carácter dado a Dios en la apelación empleada por Melquisedec cuando salió a bendecir a Abraham: “El Dios Altísimo, poseedor de los cielos y de la tierra”. De este modo, cuando Cristo llegue a ser, en toda su plenitud, el Rey y Sacerdote sobre Su trono, Dios tendrá ese título.

Llegamos ahora al próximo punto, el que solamente voy a mencionar, pues no sé cuánto podemos profundizarlo esta noche. Habiendo tomado estas dos declaraciones, a saber, que Él habrá de reconciliar todas las cosas en el cielo y en la tierra y, de nuevo, que reunirá en uno todas las cosas tanto en los cielos como en la tierra, vemos también, en varios de los pasajes que han sido citados, que la iglesia, o los santos que la componen, son coherederos con Él. Lo que he tratado de mostraros es que la iglesia de Dios, es decir, todos los santos que en este tiempo presente Dios está reuniendo por su gracia en el Evangelio, están siendo asociados con Cristo, como el Centro de bendición; que ellos obtienen el lugar central con Él mismo, bajo quien todos los seres posibles han de ser puestos. Pero el tiempo para esto de que habla la Escritura es cuando Cristo vuelva y reciba el reino, cuando llegue la dispensación de la plenitud de los tiempos. Entonces todo será puesto en orden y en bendición bajo la autoridad de Cristo. Cuando Dios el Padre haya puesto todo bajo Sus pies, Él pondrá todo en orden, y entregará luego su reino. (1.ª Corintios 15). Pero lo central durante la dispensación de la plenitud de los tiempos (el milenio) en los lugares celestiales, será la iglesia, y lo central en los lugares terrenales serán los judíos.

Esto introduce lo que constituye los dos grandes temas de las santas Escrituras, después de la redención personal. La iglesia es aquello en que Él despliega la soberana gracia, llevando a sus miembros a participar de la gloria de Cristo. Los judíos son aquellos en quienes Él revela como centro el gobierno de este mundo. Estos son los dos grandes temas de las Escrituras después de la salvación personal. La Escritura habla de la iglesia de Dios como aquellos que están asociados con Cristo, que son los herederos de la gloria de Cristo. Pero no bien decimos esto, no podemos menos que pensar lo maravilloso que es el hecho de que pobres criaturas desgraciadas como nosotros seamos traídos a la misma gloria con Cristo; seamos traídos al mismo lugar con Él mismo. Y la obra de reconciliación ha de abarcar todas las cosas en el cielo y en la tierra» [2].

GRACIA Y GOBIERNO

Cada esfera, la celestial y la terrenal, tiene su propio gran rasgo característico. Ellos son, respectivamente, la gracia y el gobierno. Esto no equivale a decir que no haya en absoluto gracia en los caminos gubernamentales de Dios.

«… después de la cuestión de la salvación personal o relación con Dios, la Escritura nos presenta dos grandes temas: La iglesia, esa soberana gracia que nos otorga un lugar junto con Cristo mismo en gloria y bendición; y el gobierno divino del mundo, del cual Israel forma el centro y la esfera inmediata. Sólo debemos recordar que en este gobierno la gracia debe tener una parte, o no sería el gobierno de Dios. Sería sino una simple condenación judicial, y la imposibilidad de bendición. Estos caminos de Dios se hallan revelados en Éxodo 32, 33, 34 y Deuteronomio 32. Los profetas, fundándose en la ley dada en Horeb, son enviados en gracia a buscar el fruto que la viña plantada por el Señor debió de haber dado. Ellos le reprochan a Israel de no haberlo dado, y advierten solemnemente al pueblo de las consecuencias en juicio.

Pero como Dios, y, por consecuencia, la gracia, estaba obrando, los propósitos y la voluntad de esa gracia habían de ser revelados: sólo que en el caso de Israel ella no fue hecha efectiva en un simple don soberano para la gloria divina en una nueva creación, sino en un despliegue de los caminos de Dios en gobierno divino en relación con la responsabilidad del hombre. Esta gracia debe ser en Cristo, pues él es el centro de todos los caminos de Dios. Él es el Mesías, entonces, de los judíos, el Rey que ha de reinar en justicia, y desplegar plenamente y en perfección el inmediato gobierno de Dios (Salmo 101). Por eso hay una doble prueba aplicable en los caminos de Dios en gobierno en Israel. ¿Han sabido beneficiarse de los privilegios, y han glorificado a Dios en ellos, en cuyo gozo habían sido originalmente puestos? ¿Están ellos en condiciones de encontrar a Jehová en gloria, viniendo en la Persona de Cristo? Estas dos preguntas pueden verse tratadas en Isaías 5 y 6» [3].

Tampoco equivale esto a decir que no existe ningún gobierno, queriéndose decir por «gobierno» en este contexto los caminos disciplinarios del Padre respecto de los objetos de esa gracia que al presente asocia al creyente con Cristo en los lugares celestiales. JND escribió respecto de la iglesia:

«Ella no es del mundo. Ella, como tal, se sienta en los lugares celestiales en Cristo, adonde la profecía no llega. Nunca será establecida sobre la tierra, como los judíos. No es ése su llamamiento. El gobierno de Dios nunca la establecerá a ella allí en paz (sí establecerá a Israel en paz, en la tierra, durante el milenio).  La bendición para ella consiste en que será quitada de la tierra, para estar con el Señor en el aire. No niego que haya una parcial aplicación del Apocalipsis a lo que lleva el nombre de ‘iglesia’, pero que es el poder del mal en el mundo; pero esto no hace de la iglesia un tema de la profecía. Por consiguiente hallamos, como lo dijimos, a la iglesia en el cielo al final en relación con la tierra, cuando todo esté unido en Cristo; pero nada se dice de algún designio de Dios para establecerla, ni de un progreso hacia algún tipo de resultado. Ella ha de reinar con Cristo, y sufrir con Él.

Las esferas restantes del despliegue de la gloria del bendito Señor las constituyen los judíos y los gentiles, sujetos que se hallan en diferentes grados de Su gobierno terrenal, como la iglesia fue la plena exhibición de Su soberana gracia en redención, lo que la sitúa a ella en los lugares celestiales en Cristo, para que en los siglos venideros Dios pueda mostrar las abundantes riquezas de Su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Esta distinción está llena de interés. El hombre no es gobernado al ser introducido a la iglesia. Él es tomado como un rebelde pecador perdido, uno que aborrece a Dios, un hijo de ira, ya sea judío o gentil, y puesto en el mismo lugar que Cristo. Esto no es gobierno, sino gracia. Los judíos son el centro del directo gobierno de Dios, moralmente desplegado conforme a Su revelada voluntad. Los gentiles son traídos para reconocer Su poder y soberanía desplegados en Sus caminos con ellos. Me estoy refiriendo a la cosa en sí, en su carácter revelado; porque todo pecador, en todas las edades, es salvo como tal, individualmente, por gracia [4], y todo cristiano se halla bajo el directo gobierno del Padre [5], como de la familia celestial; pero aun así, el objeto del gobierno es diferente. Con respecto a los cristianos, es para prepararlos para el cielo; para con los judíos, por el contrario, es para desplegar la justicia de Dios en la tierra: hablo de ellos como cuerpo o pueblo. Cristo y la iglesia padecen por la justicia, y reinan. Los judíos, como pueblo, padecen por el pecado, y el resultado de su historia será: “Ciertamente hay galardón para el justo; ciertamente hay Dios que juzga en la tierra” (Salmo 58:11)» [6].

EL GOBIERNO PROVIDENCIAL DE DIOS

Existe una diferencia entre el directo gobierno de Dios y su gobierno providencial.

«En otra ocasión, Daniel empleó tres semanas en ayuno y oración, porque Dios estaba probando su  fe. El ángel debía cumplir el propósito de Dios antes de comunicarlo; el Señor permitió que el príncipe de Persia oculte su cumplimiento por tres semanas. Se trataba de una cuestión de decidir algo en la corte de Persia, y aquellos allí, que se oponían a un edicto que favoreciese a los judíos, podían poner obstáculos a su promulgación. Cuando el ángel de Dios hubo prevalecido en estos consejos, él vino y dijo así.  Esto es muy instructivo para nosotros, porque Dios siempre gobierna el mundo. Mientras el trono de Dios estuvo en Jerusalén, Él gobernaba el mundo directamente (no sólo a Israel, sino el mundo, y esto conforme a la buena o mala conducta de Israel); mientras que después de eso ¾si bien Él no dejó de gobernar en todas partes¾ ya (incluso en este libro, estando Israel en cautividad), Él es visto actuando por los móviles secretos de su providencia, y no por las acción directa de la revelada regla de su ley, como era el caso en medio de su pueblo [7].

Hay ahora una providencia de Dios que es un gobierno oculto: pero en lo futuro habrá una manifiesta y pública regla por Cristo, cuando todo sea manifiesto: un gobierno directo de Dios. Hay ahora un gobierno de orden, mediante el cual se hace que “todas las cosas colaboren para bien de aquellos que aman a Dios” (Romanos 8), y para el cumplimiento de Sus propósitos; pero esta acción se lleva a cabo usualmente de manera oculta. Tenemos un notable ejemplo de esto en el libro de Ester. El nombre de Dios no se encuentra en el libro. El Espíritu ha querido mostrar que, mientras los judíos estaban en cautividad, Dios no obstante tenía Sus ojos puestos en ellos, pero que Él actuó de una manera oculta y no quiso que se lo nombrase en medio de ellos [8]

EL GOBIERNO DE DIOS EN EL MUNDO Y SU JUICIO ETERNO

JND llamó la atención a esta diferencia:

«Por un lado uno ve al mundo sufriendo las consecuencias de los pecados de sus padres; los paganos son testigos vivientes de esto. “Dios los entregó a una mente reprobada” (Romanos 1:17). De este modo podemos ver fácilmente que debemos distinguir exactamente entre el eterno juicio de Dios y su gobierno judicial del mundo; porque en referencia a Su juicio eterno se dice de los gentiles: “todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán… en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (el evangelio que Pablo predicaba) (Romanos 2:12,16). En cuanto al gobierno del mundo, se dice, en cuanto a los mismos gentiles: “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia” (Hechos 17:30); porque en verdad el pecado no es contado cuando no hay ley. Sin embargo, la muerte y el pecado reinaron. Aquí el hombre heredó la culpa de sus padres, mientras que, en el presente gobierno, ellos no fueron tenidos por responsables de sus propios actos: lo fueron, ciertamente, en cuanto a la eternidad, conforme a la luz que habían descuidado. Cuando Dios se pone en relación con un pueblo, y pone un testimonio en medio de ellos de tal manera que la luz del testimonio es arrojada sobre el pecado que ellos cometen, y en el cual continúan andando a pesar del testimonio, Dios entonces, conforme a su gobierno aquí abajo, trae juicio de todo ese pecado sobre la generación que colma la medida del mal, de modo que no deja más lugar para la paciencia.

Como testimonio de esto, considérense los judíos que rechazaron a Cristo y el testimonio del Espíritu Santo: toda la sangre que había sido derramada desde la sangre del justo Abel debía ser reclamada a esa generación. Dios no la había reclamado anteriormente. Él los había iluminado mediante su ley, los había avivado mediante sus profetas, los había advertido mediante disciplina, les había hecho un llamado a todo su ser moral mediante la misión de su Hijo. Los mismos pecados de los padres debieron haber sido una advertencia para que sus hijos evitaran causar las mismas ofensas, porque, tras los pecados de los padres, sus ofensas fueron cometidas en la luz. Pero persistieron en ello, y así acumularon ira para el día del juicio; y tuvieron que atenerse a las consecuencias de todo esto, conforme al justo juicio de Dios. Esto de ninguna manera previene a cada uno de sus padres ―habiendo estado y estando sujetos, al juicio de la muerte― de las consecuencias de su propio pecado individual; pero la nación, el sistema en su conjunto, el objeto público del gobierno de Dios en el mundo, ha sido juzgada» [9]



Tomado de J. N. Darby’s Teaching Regarding Dispensations, Ages, Administrations and the Two Parenthesis (Las enseñanzas de J. N. Darby respecto a dispensaciones, edades, administraciones y los dos paréntesis) recopilada por R. A. Huebner; PTP 1993.

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