jueves, 25 de noviembre de 2010

EL MISTERIO Y LOS PACTOS

Mientras es de absoluta importancia recordar que la muerte de Cristo es la única base posible de bendición divina en un mundo arruinado por el pecado, aún así ha agradado a Dios, para desplegar Sus diversas perfecciones, hacer varias esferas, y todas estas encuentran su centro en Su Hijo, Jesucristo. Nuestra sabiduría entonces consiste en distinguir las cosas que difieren; para que de ese modo podamos crecer en una santa familiaridad con todas las formas en las cuales  las variadas glorias de Cristo son desarrolladas para la alabanza de Dios. Guiados así, seremos guardados, por medio de Su misericordia e inefable palabra, de las muchas y opuestas corrientes de sentimientos humanos que tienden fuertemente a distraernos de los caminos de Su calma y feliz guía.  Su gloria tenida permanentemente en vista resuelve todas las dificultades, y  es la mejor respuesta a todas las cuestiones del debido lugar de Enoc, Abraham, y otros santos de antiguo, al ser comparados  con la iglesia de los primogénitos. Nuestro secreto de bendición es aprender más y más  de la gracia de Aquel que hacen trabajar todas las cosas de acuerdo al consejo de Su voluntad.

El cristiano puede comprender y simpatizar con el celo que arde ante la idea de predicar otro evangelio que el que predicó el apóstol; como si pudiese haber salvación aparte  de la gracia por fe, y esto no de nosotros mismos; este es el don de Dios, no de las obras, para que algún hombre pueda jactarse. Pero si escuchamos a uno citando Gál.1 para mostrar que la misma cosa fue pensada por el evangelio allí, por el evangelio del reino (Mt.24:14), por lo que fue predicado a Zacarías (Lc.1:19), a Abraham (Gál.3:8), a Israel en el desierto (Heb.4:2), a Pablo (1 Tes. 3:6), a los siervos de Dios , los profetas (Apoc.10:7), como también el evangelio eterno en (Apoc. 14:6), sentiríamos que eujaggevli y eujaggelivzw son inescrituralmente limitados  a través de nuestro uso convencional de la palabra "evangelio" en Inglés;  y se pierde así el beneficio de la distinta fuerza de cada  una de las aplicaciones del término en la perfecta palabra de Dios

        La verdad del caso está más allá de duda, y es que la palabra "evangelio" es usada allí en una manera más amplia que la que es común para nosotros, que confina esto a la palabra de salvación a través de la fe en el Señor Jesucristo. Y este es el sentido en Gálatas, donde el apóstol niega absolutamente un evangelio diferente, que no es otro. En ese sentido no puede haber otro. No puede haber ninguno,  salvo aquel de la gracia de Cristo que se dio a Si mismo por nuestros pecados. Insistir sobre  tan leve y aparente cosa como la circuncisión de un creyente Gentil, como también sobre su fe en Cristo, es en efecto frustrar la gracia de Dios, y de ese modo Cristo habría muerto en vano. Haga de la circuncisión y del creer en  Cristo, ambas cosas juntamente necesarias como medio para obtener la bendición, y Cristo  no será de ningún valor. Usted habrá caído del único lugar de libertad en el cual Cristo libera. Usted puede venir a ser más religioso; y puede competir con los Judíos al observar días, meses, y años; puede que no caiga en una abierta inmoralidad, pero usted ha hecho algo infinitamente peor, se ha separado de la raíz de la verdadera santidad y de la salvación por Cristo. "De la gracia habéis caído"

        Pero,  la palabra eujaggevlion (evangelio)  y el correspondiente verbo se aplican en la escritura a muchas otras buenas nuevas, además de aquellas de salvación por medio de la muerte y resurrección del Salvador, esto está más allá de toda duda a cualquier mente sin prejuicios. Las escrituras ya referidas, confirman esto. Es verdad, por otra parte, que lo que se llama la "promesa" a Adán no es realmente tal cosa (Gén.3:15). Esta fue parte del juicio sobre la serpiente; y en la medida que puede decirse que esta es una promesa, esta ha sido una para el Segundo, y no para el primer Adán. En cuanto a las promesas de Dios, en Él son si y amén, para la gloria de Dios por nosotros (2 Cor. 1).

        Pero la pre-evangelización de Abraham, que todas las naciones serían bendecidas en él, es un muy diferente mensaje de aquel que  el Señor en los días de Su carne comisionó a los doce para que predicasen, cuando Él les dijo, "No vayáis por camino de Gentiles". Tampoco puede el evangelio de la gracia de Dios,  que ahora reúne a Judíos y griegos para una gloria celestial, ser justamente  confundido con el evangelio eterno  cuya predicación es anunciada por un ángel, diciendo, "Temed a Dios y dadle gloria,  porque la hora de su juicio ha llegado". Dios entonces enviará al mundo gentil las simples nuevas de la herida simiente de la mujer como siendo el vencedor de Satanás,  apoyada por el mensaje de juicio a la puerta. En fin,  como una cuestión de salvación, no hay sino un evangelio; mientras por otra parte y en su lugar un importante sentido, repetidamente  anunciado en la palabra de Dios, hay muchas otras buenas nuevas, cuyos variados alcances  deben ser admitidos, si hemos de ser sabios en las dispensaciones de Dios.

Estas observaciones pueden convenientemente preceder nuestro más inmediato sujeto. Porque aunque uno admite la conexión, pero no estrictamente la identidad, del pacto Abrahamico con el nuevo pacto, que ha de hacerse con las casas de Israel y Judá, es imposible mostrar que el "misterio de Cristo" (Efes.3) está incluido en el juramento a Abraham (Gén.22). La dificultad se produce de no ver la propia posición distintiva de la iglesia, cuerpo y esposa de Cristo,  como ahora siendo formada por el Espíritu Santo (enviado desde el cielo) en unión con Cristo el cabeza  en los lugares celestiales.
Para explicar_ hay, además de tipos, muchas declaraciones en el A. Testamento que dejan lugar para la iglesia, y tratan sobre  algunas de sus circunstancias y destino, y de este modo son, o deben estar, llenas de luz para nosotros, ahora que su llamamiento existe como una realidad. Por otra parte, el Espíritu santo es claro en Efes.3, no solamente al decir que la iglesia no existía, sino también que ella  no había sido dada ha conocer en otras edades a los hijos de los hombres, como es ahora revelado por el Espíritu a Sus santos apóstoles y profetas. Desde el comienzo del mundo este misterio de Cristo ha estado oculto en Dios. La Simiente de  la mujer no era un secreto, tampoco lo era el Hijo de Abraham, ni el Hijo de David. Como tal, Cristo ha sido claramente revelado y esperado para la fe. Las bendiciones del nuevo pacto no han estado de ninguna forma ocultas, y han sido dadas ha conocer a través de todos los Salmos,  y los Profetas que el Mesías debía ser abandonado por Dios, y que todas Sus olas pasarían sobre Él, y que sería herido por las transgresiones e iniquidades de Su pueblo; y que la reconciliación se haría, y la eterna justicia sería manifestada; y que la espada se despertaría contra el Hombre que es el compañero de Jehová. Ninguna de estas cosas ha sido o es el misterio oculto, maravillosas y preciosas verdades como estas son. Cada una de ellas ha sido declarada no ambiguamente en los oráculos que han sido confiados al antiguo pueblo de Dios. Ellos sabían que el Mesías  debía reinar sobre un amado y afectuoso pueblo, y juzgaría a los pobres, salvaría a los hijos  del necesitado, y rompería en pedazos al opresor.  Ellos sabían no solo que cada bendición eterna para el justo bajo Su benéfico gobierno, sino también que el Espíritu de Dios debía ser derramado sobre toda carne. Ellos habían escuchado que,  no solo los Judíos, sino también las naciones o Gentiles serían bendecidos por medio de ellos, y que entonces alabarían a Jehová, y buscarían a Aquel que es de igual manera el Linaje y la Raíz de David.

"HE aquí, vienen días, dice Jehová, que levantaré  a David  un Vástago justo, y un rey reinará y prosperará, y ejecutará juicio y justicia  en la tierra.  En sus días Judá será salvo e Israel morará en seguridad; y este es el nombre por el cual él será llamado, Jehová nuestra justicia" (Jer.23:5,6). Estas verdades no son  en ningún sentido el misterio. Desde Moisés a Malaquias hay un continuo río de testimonio a la misericordia guardada para los judíos, y también para los Gentiles, bajo el reino del prometido Mesías.

Pero,  prosiguiendo el mismo río, es igualmente evidente que todos estos arreglos de la bondad divina conectadas con la tierra, los Judíos han sido asegurados, por la promesa a Abraham, del primer lugar. Y esa promesa es irrevocable.  Dios no se arrepiente de Sus dones  y llamamiento; y ciertamente en las promesas a Abraham difícilmente se pretenderá que Dios  no ha dado más altos privilegios a Su amigo que al Gentil. "Con bendición te bendeciré, y multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y tu simiente poseerá las puertas de sus enemigos, y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra". Las naciones habían de ser bendecidas en la Simiente; pero los Gentiles son distintos de la simiente de Abraham, y la posición de los últimos es superior a la de los primeros. Pero si esto es así,  estos no son coherederos y del mismo cuerpo y copartícipes de la promesa de Dios en Cristo,  de lo cual trata la epístola a los Efesios. Esta es otra verdad.

Parece indisputable entonces, que los privilegios del pacto con Abraham son totalmente distintos de estos envueltos en el misterio, el exacto cumplimiento de lo uno es  en si mismo incompatible con los términos de lo otro. Porque si usted hace a las naciones bendecidas con los mismos privilegios en todos los respectos que los Judíos, el marcado honor y prerrogativa de  la simiente de Abraham es de una sola vez  anulado y usted reduce la posición del pueblo favorecido  a la posición de aquel distante Gentil. Pero si se admite que  para la simiente de Abraham está reservada,  por su fiel Dios, el más exaltado lugar sobre la tierra, sobre (aunque rodeada por ) las naciones bendecidas por medio de ellos (todos bendecidos en Aquel que  condescendió a tomar y asegurar estas promesas como la verdadera Simiente); entonces es claro que la a menudo repetida promesa a Abraham, que distingue y eleva a su posteridad sobre todas las naciones, es  completa y claramente  diferente del misterio oculto en Dios, que ha sido Su propósito, pero solo revelado cuando el Espíritu descendió, posterior a la exaltación de Cristo en el cielo

En este misterio las distinciones desaparecen, diferencias que  las promesas a Abraham mantienen. Judíos y Gentiles  son hechos ahora uno y del mismo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Para la bendición terrenal esto no podía ser, porque el juramento a Abraham, casi no es necesario decirlo,  es inviolable. Pero este era un nuevo y celestial misterio, que en el más mínimo grado no interfiere  con las antiguas promesas; y de esta forma el distante Gentil y el cercano Judío son de igual manera ahora eclipsados por la gloria de Cristo exaltado sobre lo alto, y la reunión de Judíos y Gentiles como un cuerpo para Él mismo. "Por un Espíritu hemos sido todos bautizados en un cuerpo, sea Judíos o Gentiles, esclavos o libres"

De este modo la fe, la vida eterna, aunque fruto de la operación del Espíritu Santo, no son Su bautismo: lo que ha sido la parte de todos los creyentes  desde el comienzo,  pero este no ha sido verdad sino hasta Pentecostés. Los discípulos de Jehová tuvieron grandes, y aún más grandes, privilegios que los santos de edades previas; pero ellos no fueron bautizados con el Espíritu Santo. No,  aún después de Su muerte y resurrección, ellos no han tenido esta bendición hasta  que el Señor ascendió a lo alto, resucitado de entre los muertos, el Señor sopla sobre los discípulos, y dice "recibid el Espíritu Santo". Este parece ser el abundante poder de esa vida, vida en resurrección, que Él ahora podía impartir como Espíritu vivificante[1]. Pero esto no era aún el bautismo del Espíritu Santo. Porque inmediatamente  antes de Su  ascensión lo encontramos con ellos, y mandándoles  que no se alejasen de Jerusalén, sino que esperasen del Padre la promesa (que, dice Él, vosotros habéis escuchado de mí): porque Juan verdaderamente bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados  con el Espíritu Santo dentro de no muchos días (Hechos 1:4,5).

Ellos habían por largo tiempo creído en el Hijo de Dios; tenían vida eterna, como también acceso a la energía vital que se les había comunicado por  el soplo del Señor cuando Él había sido  declarado Hijo de Dios con poder por la resurrección de entre los muertos. Es decir,  que ellos tenían ya grandes, y (pienso que podemos decir) mayores, privilegios que cualquier santo o creyente del A. Testamento; pero no tenían aún la promesa  del padre. Jesús no había ascendido a lo alto, no se había ido, para poder enviar al otro Consolador. El Cáp.2 de Hechos registra esto; y es muy importante tener en mente, que mientras en el día de Pentecostés  muchos dones de testimonio externo fueron impartidos, esto no era toda la bendición, ni la mejor bendición, que debía ser dada   cuando el Señor fuese glorificado. Este era el Espíritu Santo en persona.

Más allá de toda duda, lo que los Judíos vieron y escucharon entonces fue un testimonio a la realidad de Su presencia; pero los poderes del siglo venidero no son idénticos con la promesa del padre. El carismata  (los dones) y el dwrea (el don) del Espíritu santo no deben ser confundidos: la primera expresión se refiere  a estas manifestaciones  del Espíritu dados a cada uno para provecho de todos; mientras lo último implica al mismo Espíritu Santo dado para estar en los discípulos conforme a la promesa en Jn. 14:16,17. En se día comenzó el cumplimiento de las palabras que el Maestro les había dicho antes de que fuese recibido arriba; ellos debían ser bautizados con el Espíritu Santo.

Volviéndonos a 1 Cor.12:13, vemos la consecuencia de esto "Por un Espíritu hemos sido todos bautizados en un cuerpo sea Judíos o Griegos, esclavos o libres; y a todos se nos ha hecho beber de un mismo Espíritu". No es por tanto solamente por fe que uno es introducido en el cuerpo de Cristo, la iglesia, sino que esto es por el bautismo del Espíritu Santo. Ninguna alma fue jamás vivificada  aparte de la segunda Persona, e iluminada  de otra manera que por la Tercera Persona, aunque Él desde el comienzo ha vivificado a las almas y dado a estas fe, no fue enviado aquí abajo  para bautizar  a los creyentes en un cuerpo antes del día de Pentecostés; por tanto este un cuerpo, la iglesia, no pudo existir antes que el Espíritu Santo viniese personalmente para bautizar. Cuando llegó el día de Pentecostés, Él fue dado de este modo, y no antes, por tanto es imposible,  si debemos adherirnos  a los hechos y lenguaje escritural,  fechar la iglesia, como un cuerpo actualmente existiendo aquí abajo, previamente a ese día.

     Tenemos exactamente la misma autorización  para creer que el bautismo del Espíritu comenzó de hecho con el día de Pentecostés (Hech.1, 2), como lo tenemos para creer que el cuerpo de Cristo comenzó de hecho en la misma época (1 Cor.12). La palabra de Dios es precisa en cuanto a ambos hechos, tratando la formación del cuerpo como una cosa dependiente de Su bautismo; por tanto esto es inconsistente , como también incorrecto, admitir lo uno y negar lo otro. ."Hay un cuerpo y un Espíritu". Porque el Espíritu Santo, aunque siempre ha actuado, y lo hará hasta el fin, no era aun dado para esta nueva y bendita obra  hasta que Jesús fue glorificado (Jn.7). Porque el Señor Jesús no solamente es el Cordero de Dios: sino también Aquel que bautiza  con Espíritu Santo (Jn.1). Y esto está claramente revelado  en 1 Cor.12 que,  aunque hay diversidad de dones, de ministerios, y de operaciones, y a pesar de que las manifestaciones del Espíritu son dadas para provecho a cada uno (en la iglesia), "todo esto obra un solo y mismo Espíritu, repartiendo a cada uno como Él quiere. Como el cuerpo es uno, y tiene  muchos miembros y todos los miembros del cuerpo, siendo muchos,  son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sea Judíos o Gentiles, esclavos o libres; todos hemos bebido de un Espíritu" (1 Cor.12:12,13). ¿No es claro desde allí, y del contexto, que estamos sobre un fundamento completamente nuevo, que no existió antes? Si,  ¿que no podía existir, hasta que Dios hiciese al crucificado Jesús Señor y Cristo, y el Espíritu fuese enviado como nunca lo había sido hasta que Jesús partió  de aquí al cielo y desde allí lo envió?

     ¿Dónde, antes de Pentecostés, vemos un cuerpo compuesto de Judíos y gentiles  en el cual la palabra de sabiduría fue dada por el Espíritu a uno; a otro, palabra de conocimiento por el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu, a otros , dones de sanidades por el mismo Espíritu, etc.? En ninguna parte.  Pero podemos ir mucho más lejos. Podemos decir, no solo que estas características, como son descritas, no caracterizaron a  ninguna sociedad anterior, sino que el "un cuerpo" estaba todavía en el seno o vientre  del futuro, porque el un Espíritu nunca bautizó a los creyentes  antes del día de Pentecostés. "Por un Espíritu hemos sido todos bautizados en un cuerpo, sea Judíos o Gentiles", etc.

     Es importante decir que esto no fue hecho para ninguno de los antiguos, y en este sentido no fue por operaciones ordinarias del Espíritu que el un cuerpo fue formado. Desde antiguo Él, el Espíritu, ha dado fe y vida, y todos los santos caminos en gracia en los antiguos han sido formados bajo Su plástica mano. Pero el bautismo del Espíritu Santo fue una nueva obra, y sin Su bautismo el un cuerpo no podría existir. Se requería Su presencia personal sobre la tierra, y esto solo podía ser después  que Jesús muriese, resucitase y ascendiese. El bautismo del Espíritu Santo  y el cuerpo de Cristo están indisolublemente  unidos; ya que es por este que hemos sido todos bautizados en un cuerpo.  ¿Se atreverá  alguno, quien acepta lo anterior, a disputar teniendo este capítulo ante si,  y especialmente los vv.12, 13, 18, 27,28, que este cuerpo es la iglesia? Si no,  toda la cuestión  es aceptada. El cuerpo de Cristo es el privilegio especial de los santos bautizados por el Espíritu Santo después de la ascensión del Señor Jesús al cielo. Ellos constituyen la asamblea de Dios, en total contraste  con la congregación de Israel.

     La verdad es completamente confirmada  por una comparación con las epístolas  a los Efesios y Colosenses, que  hablan de esto rica y peculiarmente, la última  sobre la gloria de Cristo el Cabeza, y la primera  sobre la bendición de Su cuerpo. Pero esta vez no voy mas que referirme  a Efes.4:7-16, y poner las siguientes preguntas: (1) ¿No está más allá de duda que todo el llamamiento, obra, naturaleza, andar, etc. del cuerpo de Cristo aquí detallado, están basados  sobre los grandes hechos de una redención ya cumplida, de Cristo como ejerciendo  Su posición de Cabeza sobre todas las cosas desde lo alto, y de la presencia  del Espíritu Santo aquí abajo? "A cada uno fue dada la gracia d acuerdo a la medida del don de Cristo. Por lo tanto se dice, cuando subió a lo alto llevó cautiva la cautividad, y dio dones", etc.  (2) ¿No tenemos  autoridad inspirada  para contar con la continuación de todos estos dones  que son necesarios para la perfección de los santos, etc.,  hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe? (3)  ¿No tenemos ninguna  autorización escritural para suponer que esta forma de ministerio, de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, continuaran en tiempos mileniales? Y si no, ¿no es esta una prueba colateral de que el estado de cosas de entonces ha cambiado completamente? Porque el cuerpo de Cristo será completado a la venida de Cristo. En aquel día otra obra comenzará;  y una diferente, de acuerdo a este, será provista por Dios. Entonces,  aunque sin duda   pertenece a futuras edades  realizar en su plenitud  de bendición el juramento de Jehová a Abraham, aun así es evidente,  de la justa respuesta escritural a estas preguntas, que el misterio de Cristo es una obra gloriosa de Dios sui generis,  dentro de la cual nadie fue llevado antes de la ascensión, y ninguno  podrá ser introducido después del retorno de nuestro Señor Jesucristo

     Todos pueden, por tanto, concordar en que la promesa hecha a Abraham  operará primero sobre las casas de Judá e Israel, y después sobre todas las familias de la tierra. Este es el tiempo de la restitución de todas las cosas. Pero lo que no se ve generalmente, aun por personas espirituales, es que entre el rechazo y  el reconocimiento nuevamente del antiguo pueblo de Dios, un edificio completamente nuevo está siendo levantado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (del N. Testamento), un edificio del cual Jesucristo mismo, habiendo reconciliado  para con Dios  a Judíos y Gentiles  en un cuerpo por la cruz, Jesús resucitado y glorificado en el cielo es  el principal fundamento

     Anteriormente, como todos admiten,  había una dispersión de hijos de Dios, unidades ocultas  entre los israelitas y las naciones, pero su fe en ninguna forma  rompía sus conexiones Judías o gentiles. Ellos vivían y morían separadamente, aunque podían ser creyentes  judíos o gentiles. Pero ahora Jesús ha muerto, no solo por esa nación, sino también para reunir  en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos  (Jn.11:51,52). Las bendiciones que resultan  de Su muerte por esa nación esperan los tiempos  y las sazones establecidos por Dios, cuando los Judíos, o al menos un remanente fiel de ellos, dirá, "bendito el que viene  en el nombre de Jehová", y Dios enviará a Jesucristo, quien antes les fue señalado. Mientras tanto los cielos lo retienen; y es precisamente mientras Él está allí sentado a la diestra de Dios  que la reunión en uno de los hijos de Dios dispersos  se lleva adelante, fundamentado todo esto, como lo hemos visto, sobre Su muerte, y efectuado sobre la tierra por el Espíritu Santo personalmente enviado hasta aquí abajo.

     El un cuerpo, lo repetimos, es la iglesia o  asamblea de Dios, del cual Cristo es el cabeza y objeto, y de cuya unidad la presencia del Espíritu Santo enviado aquí es el poder. La vida de los miembros de este cuerpo, nadie puede dudarlo, está oculta con Cristo en Dios;  pero aquellos que la poseen son conocidos como  un manifestado santo pueblo, separado (aunque en una forma  diferente) de ambos, de Judíos y de Gentiles, como los mismos Judíos han estado separados de los Gentiles. Este es el paréntesis de la iglesia, y evidentemente depende  del bautismo del Espíritu Santo que ha venido del cielo, después que el Señor Jesús se sentó a la diestra de Dios en las alturas. Hechos 1:5 es decisivo y nos muestra que aun los discípulos no fueron bautizados por el Espíritu Santo hasta Pentecostés; mientras 1 Cor. 12:13 es igualmente decisivo al mostrarnos que  lo que la  Escritura  llama el un cuerpo (la iglesia) no podía comenzar hasta  que el bautismo del Espíritu Santo fuese un hecho.

     Los santos del A. Testamento esperaban por un Salvador, y su fe les fue contada por justicia; porque Dios ordenó a Jesucristo como un  propiciatorio a través de la fe en Su sangre, para declarar Su justicia habiendo pasado por alto, en Su paciencia, los pecados pasados.  Pero nunca fue propuesto a la fe de ellos ser  el cuerpo de Cristo sobre la tierra compuesto de Judíos y gentiles, toda distinción  ha sido desaparecido (en la iglesia, o mas bien en Cristo), y ambos son edificados  juntos como una habitación de Dios por medio del Espíritu. No solo ellos no experimentaron nada  de esto en su día, sino que  esto fue un secreto que nosotros solo ahora conocemos, sobre una autoridad divina, y se nos dice que este era un secreto mantenido oculto en Dios desde  el comienzo del mundo. Este era por primera vez revelado a Sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, y en una forma prominente a Pablo. Aquí esta aquello en que  la iglesia Católica post-apostólica, los Romanistas de la edad Medieval, los Protestantes, Luteranos o reformados, los Moravos, Puritanos, y en resumen la Cristiandad en general,  han estado en profundo error.
    
     Dios, por Isaías, había predicho que sobre la tierra de Su pueblo crecerían espinos y abrojos, y que toda sería desolada hasta que el Espíritu fuese derramado sobre ellos de lo alto, y el desierto vendría a ser como un campo fructífero. Los cristianos pueden quizás aplicar el espíritu de  este pasaje al derramamiento en Pentecostés, y para una indisputable  aplicación de una profecía similar ellos pueden apelar a la autoridad el apóstol Pedro en Hech.2. Pero difícilmente se podrá negar por los lectores  de estos comentarios que ambas predicciones  han de tener  un más detallado y  completo cumplimiento, cuando el juicio caiga sobre los gentiles, y el favor divino, no sea más velado a  la simiente de Abraham, después de  largas horas de espesa oscuridad, brillará sobre ellos.  Entonces Dios derramará Su Espíritu sobre toda carne, acompañado por maravillas  literales en los cielos y sobre la tierra, y una poderosa libertad en el monte Sión y en Jerusalén.

     Del mismo modo, por Ezeq. 36, es claro que cuando Israel sea rociado con agua pura y Dios haya puesto un espíritu nuevo dentro de ellos, Israel volverá a morar en su tierra, y será multiplicado el fruto de sus campos, las ciudades desoladas estarán llenas de hombres, y la tierra desolada vendrá a ser como huerto de Edén, y los paganos, o gentiles, conocerán que su Dios es Jehová cuando Él sea santificado en Israel ante sus ojos. Evidentemente aquí hay bendiciones  que no han sido dadas  en Pentecostés ni desde entonces. Pero el apóstol cita al profeta Joel para vindicar los sorprendentes  efectos  de la presencia del Espíritu, ante  las dudas Judías, probando que tal derramamiento no era más que  lo que Dios había prometido que había de suceder en los últimos días

     Por otra parte, hubo bendiciones en Pentecostés  que no caracterizarán el futuro derramamiento del Espíritu, como hay otros tratos comunes a  Su obrar en  las almas de los hombres  desde la caída, tales como producir arrepentimiento y fe. Por ejemplo, no se dice en ninguna parte en la Escritura que el Espíritu Santo, en la edad futura, bautizará a judíos y Gentiles en un cuerpo. Los judíos habrán de gozar de la más marcada supremacía. "Y muchas naciones vendrán y dirá. Venid, subamos al monte de Jehová, y a la casa del dios de Jacob, y Él nos enseñará Sus caminos, y andaremos en ellos. Porque  la ley saldrá de Sión, y la palabra de Jehová desde Jerusalén...En aquel día, dice Jehová,  reuniré a la que cojea y a la descarriada, y a la que he afligido...y haré de ellos una nación fuerte y Jehová reinará sobre ellos en el monte Sión y para siempre. Y tú, OH torre del rebaño (Ofel)  de la hija de Sión, a ti vendrá, si, el primer dominio, el reino de la hija de Jerusalén" (Miq.4:2,6-8)

     "Si, muchos pueblos y naciones fuertes vendrán a buscar a Jehová de los ejércitos en Jerusalén, y a orar ante Jehová. Así dice Jehová de los ejércitos. En aquellos días sucederá, que diez hombres se tomarán de la falda de un judío, y dirán. Iremos con vosotros, porque hemos escuchado que Dios está con vosotros" (Zac.8:22,23). Ver Isa. 60:1-4; Jer. 3:17,18; Ezeq. 39:25-29

     Los Salmos como los Profetas muestran abundantemente  que las distinciones entre judíos y Gentiles, que no han tenido lugar en el período intermedio (o de paréntesis de la iglesia), serán renovadas y reconocidas por Dios  una vez más aquí abajo. Ahora, en la iglesia tales distinciones no existen, porque la iglesia, aunque está sobre la tierra durante el proceso de su formación, es característicamente un cuerpo celestial. De manera que la iglesia de Dios  (porque este es el equivalente escritural del cuerpo de Cristo) no es el título común de todos los santos desde el comienzo hasta el termino del tiempo, sino el título propio para esa corporación especial que comenzó en Pentecostés, todavía perpetuado  por el Espíritu Santo que fue prometido que permanecería con nosotros para siempre, y completado  a la venida del Señor, cuando también todos los otros santos que han dormido en Cristo resucitarán, llevando la imagen del Hombres celestial.

     No veo razón para dudar que los santos del A. Testamento serán perfeccionados  cuando nosotros seamos tomados para encontrar al Señor en los aires;  pero esto de ninguna manera interfiere  con lo que ha sido dicho antes, que Dios ha provisto algo mejor para nosotros (Heb.11). Esto ciertamente no excluye una diferencia de gloria entre nosotros y ellos. Nuevamente, que nosotros nos sentaremos con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos es seguro, pero por ningún medio inconsistente  con el lugar de la iglesia como el cuerpo y la esposa de Cristo. ¿Podrá estorbar el goce de otras esferas  de gloria,  además de aquella que es especialmente nuestra? Retrospectivamente, en cuanto a nuestro curso terrenal, esto ha sido así: Heb.11 muestra las diferentes variaciones en la fe, hechos, y sufrimientos de otros santos, en días antes que los nuestros, quienes han sido peregrinos y extranjeros  sobre la tierra, y Rom. 11 muestra que nosotros seguimos a Israel, como Israel después nos seguirá a nosotros, como ramas del olivo y depositarios del testimonio y promesas de Dios aquí abajo.

     Nuevamente, las bendiciones del nuevo pacto la iglesia las goza, porque somos uno con Aquel que es el mediador, y la copa  que Él nos da a beber en Su recuerdo, es el nuevo pacto en Su sangre. El Israel milenial gozará el nuevo pacto en una forma  más literal y clara todavía; pero la propia gloria celestial con Cristo no está reservada  ni siquiera para  convertidos en Israel en aquel día. Solo a la iglesia Cristo es cabeza sobre todas las cosas. Esta es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que llena todo en todo. De este modo todos estos privilegios y responsabilidades son claramente distintas  del lugar que, plenamente creo,  pertenece enfáticamente a los santos ahora llamados fuera de entre los Judíos y Gentiles_ el ser bautizados por un Espíritu en un cuerpo, el cuerpo de Cristo, Efesios y Colosenses  lo prueban claramente.
     Sin duda que me parece  evidencia una inadecuada  comprensión  de la gloriosa persona de Cristo, el no ver  nada en Él más  o más alto que la mediación de un nuevo pacto, y el cumplimiento de las promesas, con tal que ellos sean siempre exaltados. Esto es dejar fuera, no solo lo que es supremamente adorable en Él, sino también  aquello que es muy precioso en Su gracia hacia la iglesia.  Todo el evangelio de Juan, por ejemplo,  aunque sin duda reconociendo las varias posiciones  que Él ha querido ocupar, está consagrado y dedicado como un todo a la exhibición de lo que es infinitamente más grande, Su dignidad personal. Del mismo modo las epístolas  de Pablo (aunque, donde quiera que la ocasión lo ha requerido, ellas vindican las promesas y los pactos dados  a Abraham  de la exclusiva limitación israelita a la cual algunos en su día deseaban limitarlas) se detienen como su principal tópico y tema sobre estos tesoros de gracia en los tratos especiales de Dios con la iglesia, que están lejos  sobre y más allá de los pactos y promesas patriarcales, mientras, al mismo tiempo, la iglesia o los cristianos gozan privilegios en virtud de estos también.

     ¿Menosprecia esto a Israel, o saca de su lugar a su gran antecesor Abraham, de quien conforme a la carne vino Cristo? La respuesta es,  que la iglesia  lleva como su insignia o medalla, "desde entonces a ningún hombre conozco conforme a la carne, si, aunque hubiésemos conocido a  Cristo conforme a la carne, ya no le conocemos más así". Nuestra conexión es con un Cristo que murió y resucitó por nosotros. Somos uno con Cristo en el cielo. Sobre la tierra, en los días de Su carne, Cristo debía haber dicho y dijo, "en camino de Gentiles no vayáis", pero ahora "En Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos  por la sangre de Cristo". Este es el cumplimiento no de una promesa hecha a Abraham hacer en Cristo  de judíos y Gentiles  un nuevo hombre, y reconciliar a ambos  ante Dios en un cuerpo por  la cruz.  Uno no duda de lo que Dios prometió antes de que el mundo comenzase (Efes.3:611; 2 Tim.1:9; Tit.1:2); pero nada de eso fue revelado en las promesas hechas a Abraham, pactos o  juramentos, que no expresaban más que bendiciones aquí abajo.

     Los propios privilegios de la iglesia  son mas bien un contraste, "en lugares celestiales" (Efes.1:3), aunque todo,  lo celestial y terrenal, esté asegurado en Cristo, alrededor de Quien todos los consejos divinos giran.  También es claro que Cristo,  y no el juramento a Abraham, es el canal de salvación. Y si Cristo fue la Simiente, el verdadero Isaac, Él es también mucho más. ¿Qué sombras hay allí, qué personajes típicos, cuyos rayos no converjan en Él, de Quien  ellos derivan toda su brillantez? Este fue un lugar al cual Él quiso condescender en ocupar, y no lo que fue  Suyo directa e intrínsecamente. Aun en relación a la Iglesia es lo mismo: nosotros somos la simiente de Abraham como  consecuencia de estar en Cristo. "Si estáis en Cristo, entonces sois simiente de Abraham, y herederos  conforme a la promesa" (Gál.3:29). Ser la simiente de Abraham es un privilegio inferior que aquellos que son revelados en otra parte (por ejemplo en la epístola a los Efesios) como característicos de la iglesia.

     Todos concuerdan en que la obra cumplida de la redención fue el fundamento de un testimonio aun más claro del Espíritu Santo. Ver Heb.10. Aun así no nos equivoquemos. La obra de Cristo está terminada  para el Israel milenial tanto como para la iglesia o asamblea de los primogénitos. Pero hay una gran diferencia  entre sus posiciones, aunque sea el mismo Jesús quien murió por ambos, y el mismo Espíritu Quien se apropia de los resultados de Su muerte para cada uno. Israel, como la iglesia, será nacido del Espíritu, aun así uno es para la gloria de Dios sobre la tierra, como el otro es para la gloria de Dios en el cielo. La mano soberana de Dios lo ha ordenado así; ¿y quién le dirá a Él, No?

     Estas consideraciones prueban suficientemente la falacia  de la noción  de que el cumplimiento de la obra de Cristo ha sido la parte oculta del misterio referido en Efes.3, aunque  eso fue claramente necesario como una preparación para esto. La verdad es, como hemos visto,  que "el misterio de Cristo" no fue revelado,  ni siquiera parcialmente  antes de Pentecostés, sino plenamente  hasta que el Espíritu fue enviado desde el cielo por el resucitado y exaltado Señor; y esto,  no solamente para  dar un testimonio  interior más claro y vívido que el que había sido dado hasta entonces, sino para ser el Vicario de Cristo,  el Paracleto que permanece para siempre (Jn.14:16). Confundirle con la "fuerte consolación" de Heb.6 es virtualmente, aunque no intencionalmente, reducir la Persona del Espíritu Santo al efecto que Él produce. El otro Abogado o Consolador es completamente distinto a la consolación  que Él administra  por medio de capacitarnos para cogernos de  la esperanza  de que Él entró detrás del velo. Y como Heb.6 es referido a, y puede añadirse, que el contexto es ciertamente decisivo, que no solo la promesa  y el juramento  son distinguidos por el Espíritu Santo, sino  que estas dos cosas inmutables en las cuales hay "una fuerte consolación" está basada . "Porque cuando Dios hizo promesa...Él juró para que por dos cosas inmutables  en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta  delante de nosotros" (Heb.6:18). Tampoco podemos  imaginar con que propiedad Dios mismo, el que promete, podía  ser llamado una cosa inmutable,  ya que era imposible para Dios mentir; considerando que la frase  es perfectamente aplicable a la promesa y al juramento.
     Finalmente, la admisión de los gentiles a ciertos privilegios dispensacionales (Rom.11) es muy clara. Pero este tema es de igual manera amplio e importante,  que debemos reservarlo,  si el Señor lo quiere, para una investigación más extensa que la que ahora puede darse.
                                                                                            
                                                                    W. KELLY

                                                                                        







[1] Note aquí el testimonio incidental, armonioso con el evangelio de Juan generalmente, a la Deidad de Jesús. En Génesis, Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló dentro de sus narices aliento de vida; pero el mismo Segundo hombre "del cielo". Conforme a esto, mientras Él es el Segundo Adán, Él es mucho más que esto; Él sopla sobre Sus discípulos , como  lo había hecho antiguamente con el primer Adán
 

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