jueves, 25 de noviembre de 2010

LOS PACTOS

El pacto es una palabra  común en el lenguaje de una gran clase de Cristianos profesantes, y también en muchos verdaderos creyentes; Pero en su desarrollo y detalle, en cuanto al despliegue de sus principios, me parece  que hay mucha oscuridad debido a una falta de simple atención a las Escrituras.

        El dar de la iglesia a Cristo antes de los mundos, y las posteriores bendiciones que nos han sido dadas y que están envueltas en ello, me parecen realmente que son muy claramente declaradas en las Escrituras, como en 2 Tim. 1:9-10. Pero poca atención se  ha dado a lo que contiene este pacto, como administrado en dispensación, en su conexión con el carácter de la Iglesia. Sin debilitar, entonces,  el fundamento sobre el cual descansa, o sacar piedras de éste para  labrarlas para menos necesarios  y apropiados usos, veamos la clara revelación presentada por la bendita Palabra, sobre aquello, que en  sus grandes ramas, se fundamentan los pactos .

        El misterio de la voluntad de Dios, conforme a Su propósito, que Él se ha propuesto en Sí mismo, Él nos lo ha revelado; es decir, reunir todas las cosas en Cristo; Las que están en los cielos y en la tierra. Esto (sin embargo consistente con todo, y aún con lo típico de esto) estuvo oculto por edades y generaciones. De hecho, aunque intimaciones progresivas podían ser (mejores esperanzas que sustentaban a los creyentes en  oscuras tinieblas, fue el caso en la profecía), los límites de los actuales  tratos de Dios, en cuanto a la dispensación, fueron estrechados, y los términos de esto rebajados con la condición caída de esas crecientes tinieblas.

        La promesa de que la simiente de la mujer quebrantaría la cabeza de la serpiente, tenía un alcance más vasto y era una promesa más comprensiva, que cualquiera subsiguiente revelación de los detalles de sus resultados, en la esfera sujeta a su poder; esto tomó el carácter de la obra más alta. "Para esto el hijo de Dios fue manifestado, para destruir las obras del diablo". El llamado y promesa a Abraham nuevamente tuvo  un más amplio y pleno significado y propósito que cualquier trato con los Judíos, no solo en el monte Sinaí, sino aún en las previas libertades que los han constituido a ellos como una nación_ un pueblo marcado por Dios como el sujeto favorecido de Su mano fuerte, aunque  Su mano podía manifestarse de una manera más poderosa todavía. Esto tuvo un directo y determinado objeto; no el pleno prospecto de la fe, sino  los actos visibles hacia los sujetos de una presente liberación. La ley, dada en el monte Sinaí, tuvo un fundamento completamente diferente; y lo que  estaba contenido en esta (como una figura  para el tiempo de entonces) estaba basada sobre la obediencia del hombre, en cuanto a sus términos de promesa y bendición, y no en la supremacía de Dios,  aunque fluía de esto.

        Si nos volvemos al cántico de Moisés, y al cántico del Cordero, veremos de una vez  la diferencia característica (aún en los sujetos de alabanza) en las dispensaciones. Todo el cántico de Moisés, hermoso como es este, es acerca de la mano y el poder de Dios haciendo maravillas. "Tu diestra, OH Señor, ha venido a ser gloriosa en poder". De la misma manera Apoc. 15, "Grandes y maravillosas son tus obras, OH Señor Dios Todopoderoso". El cántico del Cordero es, "justos y verdaderos son tus caminos, Rey de las naciones". Nosotros tenemos la mente de Cristo; y Cristo es la sabiduría y el poder de Dios, y la multiforme sabiduría de Dios es dada a conocer por medio de la iglesia; y así en la resurrección, cuando el Señor retorne, en la Iglesia  será manifestado el poder de Dios en Cristo, "conforme a  su gran poder, por medio del cual es capaz también de sujetar todas las cosas a Si mismo" Y entonces,  de hecho (como es ahora conocido a la fe) siendo  realmente vivificados, seremos manifestados, "y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales".

        Pero ahora la Iglesia aprende, y el creyente, que si mira con asombro y  admiración a la liberación efectuada por la diestra de Dios en el Mar Rojo, puede  también cantar en un tono más alto y bendito; pero ahora esto tiene una más íntima y distinta lección que enseñar_ una peculiar, y privilegiada lección_ los caminos de Dios, el pensamiento de Dios; y por tanto este debe contentarse con sufrir. Este no es el tiempo, propiamente hablando, para que el poder sea ejercitado, sino para "ser renovados en el conocimiento conforme a la imagen de Aquel que o creó". Ahora, en esto se encuentra a menudo en nosotros aquello que tiene sabor no a la santa sabiduría y  gracia de los caminos de Dios; allí debe haber sufrimiento; este debe ser forjado en la comprensión de Sus pensamientos. A menudo hemos aprendido esto así. Por lo demás, los sufrimientos son la oportunidad para el perfecto despliegue de esta gracia en un espíritu y carácter completamente más allá de la sabiduría del hombre. Aquel que a través de la muerte destruyó al que tenía el poder de la muerte, es el modelo de la sabiduría a la cual la Iglesia es guiada. De este modo encontramos en el Salmo 139, que la sabiduría y el conocimiento de Dios,  es mostrado en el poder manifestado en la debilidad, e ilustrado en la forma de los miembros  de Cristo que es sacada  de las partes más bajas de la tierra, y en "despertar para estar contigo". Los malos después han de perecer. Entonces,  guiando al pueblo que El ha redimido, los guía no en el triunfo de poder, completamente sobre las circunstancias a través de las cuales ellos han pasado, como fue el caso en la libertad de Egipto (cuando la presente destrucción de sus enemigos por poder fue efectuada); sino "Cuando Él ha puesto delante sus ovejas, él va delante y ellas lo siguen". "Porque convenía a Aquel para quien y por quien son todas las cosas, y llevar muchos hijos a la gloria, hacer al capitán de su salvación perfecto a través de sufrimientos; porque el que santifica y los santificados son todos de uno; por esta causa Él no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo, declararé tu nombre a mis hermanos, en medio de la congregación te alabaré". Pienso por esto en nuestra comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo, teniendo ahora la vida eterna que estuvo con el Padre; un lugar, no solamente de efectos en libertad, sino de comunión con Aquel que liberta. Entonces, digo, Jesús habiendo abierto el camino en gracia, y la gracia siendo de este modo plenamente manifestada, no nos permite eludir los sufrimientos por medio de los cuales somos formados interiormente; porque esta es comunión con, y ser conformados a, la imagen del Hijo.

        Pero mirando a la introducción de la Iglesia en el conocimiento de esta imagen, y la comunión con esto,  quizás me he alejado demasiado de la simple cuestión de los pactos. Ahora, digo, que esta comunión con el Cabeza triunfante no formó parte de la revelación de los pactos,  aunque claramente  ha sido la intención y propósito establecido antes de la fundación del mundo, antes de las edades o dispensaciones que vinieron entre tanto, sino que esto estaba reservado para la revelación del Espíritu Santo, enviado aquí abajo a causa de la exaltación del  Cabeza dentro del lugar santísimo,  conforme al carácter y gloria de lo que la misma comunión debía ser. Y esto fue claramente necesario; porque hasta la glorificación del Hombre sufriente, no existía aquello de lo cual el Espíritu debía testificar como estando en existencia; tampoco había sido realizada esa obra por medio de la cual el pecador pudiese justamente comprender la comunión con la gloria en el lugar santísimo. Realmente esta gloria era el resultado de la paga del pecado, y fue adquirida por la excedente  excelencia de aquello por lo cual el pecado era puesto a un lado.  Esto no era el perfeccionamiento de la criatura, sino el cambio de esta dentro de aquello que él por naturaleza no podía heredar, porque carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios. Esta no era la forma de la gloria de la criatura,  sino la comunión de la criatura con el Creador, una  nueva, clara, e indefinida verdad, no casual, tampoco, a medias, sino indefinida y suprema; el conocimiento de aquello que es la actual porción de la Iglesia por medio del Espíritu Santo;  conocido en Jesús, y en comunión con Él; el más alto vinculo de la gloria suprema; Una nueva y muy gloriosa verdad, en la cual Dios es revelado (como no puede serlo de otra manera), manifestado en carne, revelado personalmente.

        Ahora veremos en qué medida los pactos despliegan estas cosas. Los pactos abrahamicos (aunque más amplios en alcance y testimonio, como hemos visto, m que las bendiciones locales  y promesas a Israel, como lo muestra plenamente el apóstol) no contenía ninguna de estas cosas. Ellos declaraban a la persona del Redentor, la Simiente prometida, y  proponían la bendición a todas las naciones, pero estos no iban más allá de que Abraham fuese el heredero del mundo. Ahora  que el velo está roto, podían manifestar cosas más brillantes; Pero en las promesas y pactos dados a Abraham, no se iba más allá de los límites  de lo que pertenecía al primer Adán, porque el segundo Adán (quien es también el Señor del cielo) no había sido aun revelado, y se dio de Él simplemente testimonio como siendo la simiente de Abraham en quien vendría la bendición, cualquiera que esta fuese.

        Estas promesas y pactos están en Gén. 12 y 15, y son confirmados en los Cáp. 17, y 22. La primera  promesa es: "Haré de ti una gran nación, y te bendeciré, y haré grande tu nombre; y serás bendición, y bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré a los que te maldigan; y en ti serán benditas todas las familias de la tierra": aquí  no tenemos nada más allá de  la tierra  y de las familias en las cuales los hombres habían sido repartidos.

        En el Cáp. 15 tenemos la promesa de una simiente numerosa como las estrellas del cielo, y (después de declarar las circunstancias  en las cuales  ellos serían puestos inmediatamente) la concesión de la tierra desde el río de Egipto hasta el gran río Eufrates, todo esto es confirmado por el pacto del Señor en el cual El pasaba  por en medio de las victimas divididas.

        En el Cáp. 17 Este es establecido como un pacto eterno con Abraham (el nombre de éste es cambiado de Abram a Abraham), y con su simiente después de él, por generaciones_ que Dios  sería Dios para él, y para su simiente después de él, y que Él le daría a él y su simiente después de él, toda la tierra en la cual él era un extranjero, como una eterna posesión, y que sería su Dios. La circuncisión fue entonces dada a Abraham  como siendo un sello.

        En el Cáp. 22 tenemos la confirmación de la promesa a la simiente. "De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. 18 En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra,"  En la última parte de esta promesa tenemos la confirmación de la bendición de las familias de la tierra a la simiente, es decir, a Cristo; promesa que fue dada originalmente en el Cáp.12 a Abraham. Aun así (cual sea la forma de su cumplimiento), esta  no va más allá  de la promesa original a las  familias de la tierra; tampoco es Él, en quien esto debía cumplirse, revelado en otra manera  que como la Simiente de Abraham. Las otras promesas, y el pacto formal, son acerca de la tierra, y de una simiente numerosa y prospera, que la heredaría, y que sería una bendición.  En todo esto (aunque  incondicionalmente esto establece eso) no tenemos nada más allá  de lo que es terrenal.  Las promesas y pactos en Abraham son establecidos sobre fundamentos que no pueden ser conmovidos_ no sobre la  estabilidad de una profesada obediencia, sino sobre la estabilidad de la declarada promesa de Dios_ dos cosas inmutables  en las cuales es imposible  que Dios mienta, Su promesa, y Su juramento. Cuales sean las  indicaciones de las circunstancias de la esperanza  que pueda haber, los mismos pactos en sí mismos no expresan más.  Estas cosas fueron confirmadas a  Isaac, (Cáp.26,)  y a Jacob  (Cáp.28); Pero ningún detalle particular es  agregado en cuanto a los términos en ellos.

        Cuando llegamos al monte Sinaí_ el primer pacto hecho con Israel como nación. Y aquí, como el pacto fue, por supuesto, limitado a la nación o a la simiente literal recientemente libertada, del mismo modo  el sujeto de las promesas fue honor y bendición ante ese Dios  de quien era la tierra. Este es el antiguo pacto, ya que después y más adelante leemos de un nuevo pacto, lo que implica (como se implica en sus términos) que este pacto fue o será hecho (o confirmado) con el mismo pueblo: ambos (cual sea su carácter) tratan con ellos como pueblo_ y tienen referencia con la tierra, aunque  los pone  sobre la tierra en relaciones con Dios.  El nuevo pacto (aunque  sus términos pueden introducir nuevos principios  aplicables a los extranjeros) no puede decirse que  es "como el pacto que hice  con vuestros padres, el día cuando los saqué de la mano para guiarlos fuera de la tierra de Egipto,", si no fuese este un pacto hecho con Israel_ el mismo  pueblo con quien el pacto anterior fue hecho en el monte Sinaí. Quienquiera que examine Jer.31, del cual este muy importante testimonio es  citado,  verá enseguida que el nuevo pacto es  para y con Israel, y además esto no es citado por el apóstol en ninguna epístola excepto en aquella a los Hebreos.

        El primer pacto, entonces,  fue un pacto hecho con Israel; el segundo pacto es un pacto también hecho con Israel, pero no todavía cumplido en sus efectos. El uso que los apóstoles  hacen de este muestra que el antiguo pacto fue defectuoso, y ellos no podían encontrar reposo en este_ y que estaba a punto de desaparecer, lo que los guiaba de esta forma  al Mediador de un nuevo pacto, en la forma que ahora intentaré mostrar;  Pero en ninguna manera  hablando del pacto, como hecho con la nación, siendo introducido en cuanto al efecto allí descrito, o  de aquello bajo lo cual ellos han venido, aunque la parte de Dios ha sido sellada.

        Tenemos, entonces, (pasando por alto, por ahora, los más amplios pactos abrahamicos) dos pactos  con la casa de Israel sobre distintos  y diferentes términos; el primero,  en el monte Sinaí; el segundo, con Cristo como su mediador y sello.

        Ahora,  en cuanto al pacto hecho con Israel en el monte Sinaí, sus términos son estos: el pueblo  se comprometió a obedecer todo lo que Dios les mandara. "Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. 6 Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.  Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos." Nada  podría ser más claro que fue esta condición, "si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis", etc. y el pueblo comprendió los términos claramente. Ahora, es importante notar que la condición anterior del pueblo ha sido desplegada como descansando plenamente en la gracia. Como tal esto fue manifestado en su libertad  del poder y príncipe de este mundo, en la sanidad del agua que debieron beber; en el dar del sábado en el cual el maná sería una porción permanente_ pan dado diariamente, la necesaria  y segura  provisión de gracia; en las aguas  dadas en el tiempo de su necesidad, aunque ellos murmuraron y tentaron al Señor, aun así  les fue dada libremente de la roca; en el poder  de la mediación e intercesión contra sus enemigos y en la derrota de estos, y con Dios siendo su bandera, y Josué su líder; en  el ordenamiento del gobierno necesario en la casa de Dios.

        Pero aunque el verdadero fundamento sobre el cual ellos eran el pueblo de Dios, y eran conocidos y mostrados como tales, fue la gracia  antes de que los términos en el monte Sinaí y sus pactos fuesen introducidos, aun  así,  para los sabios y seguros propósitos de Dios, y la segura (no digo toda)  sabiduría que podemos ver en la exhibición del fracaso del hombre y el progresivo despliegue de la dispensación_ en esta  sabiduría la obediencia condicional fue propuesta a Israel; y en esa estipulación ellos tomaron las promesas. La duración de esto es expresada por el ruido de aquellos que cantaban. El primer principio y fundamento de todo el sistema  fue  roto y quebrantado antes  de que el mismo mediador retornase con el orden, carácter o medida, de esa obediencia  que  se había prometido. El pacto se perdió. Esto en lo que se refiere al pacto de obras  que  la obediencia del hombre emprendió. "Estos son tus dioses, OH Israel, que te sacaron de la tierra de Egipto." Pero Dios estaba no solo mostrando el fracaso del hombre en obediencia, y las características de la perfección demandada por la ley, sino que estaba  también allí, aunque estrecha la escena en que ellos eran desplegados,  el progreso del despliegue de las  dispensaciones. El primer pacto tenía ordenanzas acerca del servicio divino, un santo orden.  Es importante notar aquí que,  coincidente con el fracaso del hombre bajo principios naturales, se levantó el testimonio de otro fundamento, y de otras ordenanzas en gracia de la vida divina.  Cuando digo coincidente con el fracaso, pienso mas bien en la exhibición y evidencia del fracaso, y entonces se ve la evidencia  del esquema de la gracia.  Progresivamente el carácter de la conexión  entre Dios y el hombre se ha rebajado, y progresivamente el hombre se ha sumergido en un estado de desesperanza por haber roto la ley, un rechazado Dios de gloria, cuya mano se ha visto y mostrado en su favor  como un pacto de Dios. Pero como la porción natural del hombre de este modo fue evidenciado como siendo sin esperanza, se levantó inmediatamente coincidentemente y respondiendo claramente a esa obra y orden de gracia sobre la cual el  propósito y misericordia divina podían levantarse.

        El pacto de Israel en el monte Sinaí contenía la prueba  que la obediencia del hombre era un fundamento sin ninguna esperanza, bajo cualquiera circunstancia, sobre la cual pudiesen descansar las relaciones  con Dios; también contenía el completo desarrollo típico de aquello sobre lo que ciertamente aquellas relaciones podían descansar_ sobre lo que el confort, la paz, y la  bendición divina podían refrescar el corazón del hombre, cansado de su propio camino, y este es el uso que hace el apóstol de esto.  No es, he aquí, estos son los efectos  del nuevo pacto sobre la tierra; sino que el antiguo pacto era defectuoso. Pero el fundamento del nuevo pacto ha sido puesto en la sangre del Mediador. No es para nosotros que los términos del pacto, citado de Jeremías por el apóstol, han sido cumplidos, o que nosotros somos  Israel y Judá; sino que mientras  el pacto está fundamentado, no sobre la obediencia de un pueblo vivo (al cual la bendición debe  venir, y la sangre derramada de una victima por un mediador vivo) sino sobre la obediencia hasta la muerte del mismo Mediador, sobre la cual (como su seguro e inalterable fundamento de gracia) está fundamentado el pacto.

        Pero, como hemos visto, en el mismo acto de formar el pacto,  y teniendo la obediencia del hombre pecador   como su fundamento fue evidenciado como  viniendo todo al fracaso, y que por tanto este mismo pacto llevaba consigo, por la buena y rica misericordia de Dios, el testimonio de otro fundamento distinto y más estable; como también del lugar en el cual hemos sido introducidos. El santo orden que acompañaba el pacto(o que el pacto tenía) era el tipo de las cosas celestiales. No se trata ahora de  "vienen días  en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y Judá"; sino de una esperanza que entra detrás del velo; Y  a esto, repito,  se vuelve inmediatamente el apóstol. No estoy, por supuesto, negando la justicia práctica que  acompañará esto a través del amor de esto en los corazones: ciertamente será así; sino de la manera en la cual estamos asociados con la introducción del nuevo pacto  y de la revelación de aquello que aquel santo orden y modelo fue un tipo. Es justo esto_  hemos visto el pacto sellado con la muerte del Mediador, y por tanto  el fin para nosotros ahora de toda esperanza  de  tener alguna  asociación terrenal con Él, o alguna bendición sobre la tierra; la propia muerte del Mediador para este mundo es el fundamento de  nuestra entrada, o porción en, el lugar que  tenemos con Dios.  Sobre esto,  en Heb.9, el apóstol trabaja e insiste  arduamente, y esta es realmente una característica distintiva de la dispensación. Entonces, si nos volvemos al Mediador, como siendo el fundamento en dar o sello del pacto para nosotros, y de considerarlo a Él como manteniéndolo para nosotros hacia Dios, nuevamente encontraremos el modelo de las cosas celestiales  (introducidas en conexión  con el antiguo pacto) ese lugar nos pertenece en virtud de nuestra  conexión con el Mediador. El sumo sacerdote entra, en virtud de la sangre de la víctima mediadora (que en cumplimiento sabemos fue Él mismo) en el lugar santísimo; entonces,  en el anti-tipo, necesariamente en resurrección y ascensión. Es en Su  lugar especial de Sumo Sacerdote, en que Él lo ejerció claramente, donde Cristo ha entrado ahora por nosotros, en el cielo mismo.

        Esta, entonces, es nuestra porción en el nuevo pacto, en la medida que tenemos algún interés en el hecho que este haya sido sellado en la sangre del Mediador. Ese Mediador, habiendo entrado en los cielos, en el lugar santísimo, no ha cumplido actualmente, o no ha puesto en ejecución, el nuevo pacto con Israel y Judá, pero ciertamente este será cumplido plena y claramente. Pero en cuanto al modelo de las cosas en los cielos, este fue dado cuando el antiguo pacto,  que dependía de su propia obediencia, fue dado en el monte Sinaí; del mismo modo ahora, cuando el nuevo pacto ha sido fundamentado en la sangre del Mediador (no todavía  aceptado o reconocido en gracia por esa nación), las mismas cosas celestiales  son manifestadas  a la fe por la introducción del mediador en el lugar santísimo en  resurrección. El velo de Su carne estando roto, y el mismo mediador habiendo muerto (el ejercicio del sacerdocio, y la ofrenda  de Su propia sangre en el lugar santísimo, por medio de la cual tenemos acceso hasta allí, es necesariamente una obra  de resurrección y ascensión), tenemos ahora libertad para entrar en el lugar santísimo por medio de la sangre de Jesús, por un camino nuevo y vivo a través del velo (es decir, de Su carne.) Durante el primero,  este camino no fue manifestado, tampoco, además,  fue la conciencia purificada de una vez y para siempre en vista a tener una porción allí.  Ambas bendiciones son ahora la porción  de los hijos de Dios, y toda nuestra porción ahora  no está en un formal cumplimiento del nuevo pacto con Israel y Judá, sino completamente en los lugares celestiales con Cristo, conforme al modelo del tabernáculo, solo con esto añadido_ que el velo ha sido roto de arriba abajo.

        Entonces es con  las circunstancias anexadas  del pacto con las cuales nosotros tenemos que ver, no con las bendiciones formales en que los términos han tenido lugar bajo las condiciones del antiguo pacto, aunque algunas de ellas pueden, en un sentido,  ser cumplidas en nosotros. De este modo el carácter distinto y celestial de la dispensación es muy claramente mostrado, y encontramos que nuestro lugar es estar identificados con el Mediador, como habiendo entrado detrás del velo, no en las bendiciones que resultan para Israel en consecuencia  de Su derecho y poder  para bendecir en gracia. Se declara generalmente que el sumo sacerdote salía y bendecía al pueblo en el día de expiación, cuando salía del lugar santísimo, pero no hay nada de esto en el  relato de esto en las Escrituras, y para mí esto mas bien envuelve un error, porque su lugar en ese día no formaba parte de su oficio  real, ya que en ese día de trataba mas bien de  Su humillación o ascensión a la gloria, o de los oficios puramente sacerdotales_ muerte, confesión, intercesión y semejantes.
 
        Hay un pasaje en Lv.9, que (siendo de un carácter más comprensivo)  parece abarcar esta  parte del tema  más claramente.  Este capítulo abarca las ofrendas del sumo sacerdote al entrar en su oficio. Después Aarón ofrece  sus ofrendas y habiendo presentado cada una de ellas, él bendice, y después desciende. Esta fue una bendición sacerdotal después de la ofrenda, pero antes de descender de allí, y entonces Moisés y Aarón (quienes muestran la unión de los oficios  real y sacerdotal) salen del tabernáculo de la congregación (no necesariamente implicando el lugar santísimo,  sino la casa, incluyendo el lugar santo y el santísimo),  y bendicen al pueblo; y entonces la gloria de Dios aparece a todo el pueblo; y así se completa el testimonio público acerca de la completa aceptación del holocausto por parte de Dios.  Esta,  es una declaración  más general de todo lo conectado con la institución del sacerdocio, parece más claramente poner ante nosotros las bendiciones sacerdotales del sacrificio ofrecido, y después (después del retorno de eso) la bendición  real y sacerdotal para el pueblo; sobre lo cual la plena  gloria  viene  como un testimonio público. Esto,  sin embargo,  lo destaco, aunque para mi este es un interesante tipo del orden de estas cosas, sobre las cuales ahora deseo detenerme, y presentar sus principales secciones para la consideración de otros, este es el lugar en el cual  el  fundamento del nuevo pacto en la sangre de Cristo nos ha introducido, no en aquel de los términos del pacto hecho con Israel y Judá, ni tampoco del pacto de Dios con Abraham, Isaac, y Jacob, porque la esfera de la ministración de ellos fue la tierra; sino que es  dentro de la revelación posterior  a la muerte del Mediador, y de Su entrar en el sumo sacerdocio en resurrección, ascensión y gloria._ un estado de cosas celestial, un lugar  en lugares celestiales, en el cual tenemos comunión con Aquel que ha ido detrás del velo, algo previamente no revelado, aunque fundamentado en la muerte de Aquel que fue prometido y tipificado por las ordenanzas dadas con el antiguo pacto en cuanto a la constitución del tabernáculo de la congregación_ el velo entonces  no estaba roto, y el camino al lugar santísimo no había sido aun manifestado, ni la comunión de una conciencia purificada  establecida (la identidad del cuerpo de Cristo con Su Cabeza, y su privilegio, sentarse allí, como ahora representado por Él, todavía era algo desconocido); Confirmando de este modo en la forma más clara, en el ordenamiento de las dispensaciones, muchos principios a menudo aludidos en artículos anteriores. Hay muchos sujetos y principios de la más profunda importancia  conectados con los pactos, que son aquí apenas aludidos (tal como la  diferencia de la misma naturaleza  y términos de ambos, cual pueda ser su aplicación, sobre el cual de hecho descansa prácticamente toda nuestra paz; el carácter incondicional de  los pactos hechos con Abraham, como el fundamento de la infalible autorización para las esperanzas Judías, que no dependen de aquello que para su actual  aflicción y la instrucción de la humanidad, ellos han fallado completamente) Todo esto, aunque no paso sin hacer alusión a ello, no me extiendo en este artículo, habiendo muy brevemente, y temo también, superficialmente, tratado de tocar estas secciones y características que muestran los pactos en su  propio lugar, y que manifiestan a la vez nuestra posición  conectada con ellos.

        Hay un pasaje conectado con este sujeto que he omitido, al cual ahora aludo. En la declaración  de las restauradas bendiciones a Israel, en Ezeq. 36 el detalle de las cosas terrenales es muy claro; todo es restaurado en  bendiciones israelitas. Entre ellas, sin embargo, encontramos  una obra que debe hacerse entre ellos para calificarlos para coger y gozar estas bendiciones ante Dios. "Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. 26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios" (vv.25-28).
        Este no es expresamente el nuevo pacto, sino que es de hecho una más  explícita  declaración de la forma  de las bendiciones que este contiene, y con las cuales está conectado. De allí el reproche a Nicodemo por parte del Señor, cuando (declarando en términos equivalentes  a estos, lo que era necesario para que el hombre pudiese ver, y entrar en el reino de Dios) Nicodemo respondió "¿Cómo pueden ser estas cosas?" El Señor realmente muestra el carácter universal de la operación: "así es todo aquel que es nacido del Espíritu" Pero la aplicación en la conversación es Judía;  eso era necesario para el goce de  las cosas terrenales  del reino de Dios, del cual las promesas y los pactos con Israel y  sus padres eran la garantía y seguridad de parte de Dios.  Entonces  nuestro Señor añade la observación "si te he hablado de las cosas  terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales?"_  Aun de estas otras  y de más altas cosas, que pertenecen al reino en el cual se entra  por el camino nuevo y vivo; entonces nuestro Señor, aunque no entonces revelando estas cosas enseguida, introduce Su muerte_ la muerte del Mediador, el Hijo del hombre, en quien se esperaban las cosas terrenales, que era también la puerta que abría el camino para las cosas celestiales (todavía no manifestadas), y ordenadas  a causa del rechazo del Hijo del hombre por aquellos a quienes vino con bendiciones terrenales, "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así el Hijo del hombre debe ser levantado"; pero fundamentando cada esperanza  de vida eterna  entonces en este levantamiento, y abriendo esta al mundo.  Porque como Enviado de la misericordia Él vino; y de este modo fue hecha la distinción  entre lo terrenal y celestial.

        Difícilmente siento necesario añadir que tomo todo Heb.9 como  teniendo un mismo sujeto, el pacto;  y que el término testamento y testador son solo acomodaciones  para el lector inglés que oscurecen o destruyen el sentido.
                                                                                                                              
                                                                                                                               
                                                                      J. N. DARBY

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